Segunda Lectura: César

6-
Su vestido no era blanco ni rosado,
no era vestido sino desnudo.
Y vestida con su suave piel
atraía a los hombres
como una sirena
sin plumas ni voz

7-
El otro día atropellé a un payaso.
Conducía tan rápido que no me dio tiempo ni a verlo.
Lo reventé: su cuerpo despedazado estalló en una carcajada.

8-
Tenía un cerebro blanco cuando empecé a pensar.
Después de unas décadas ya estaba gris, como el resto.
Nubes de polución y mierda
llenaban las calles decapitadas.
Las ideas se agrietaban como el pavimento
en cerebros mal asfaltados
y el autobús paseaba
como un perro abandonado
echando una meada en cada semáforo.
Un mendigo ciego miraba al sol
sin ver la luz que cegaba sus ojos
y paseando pasó el paseante
que pisó con prisa ajenas pisadas.
Se alejó tan lejos que bailó con el horizonte
con el que una niña saltaba a la comba.

9-
Negras nubes
cargadas de días lluviosos
cantan su tristeza silbando al viento.
Se congregan sobre la ciudad
conspiran una tormenta
mientras los árboles autistas
se balancean con un ritmo hipnótico
y aprietan sus raíces contra la tierra.
Me vendieron un hacha
para talar nubes
y un libro en el que encerrar melodías.
Y la vida, tan corta como el estornudo de una hormiga,
empezó a sonreír con dientes de oro.

10-
El cielo cayó con la lluvia
y quedó atrapado en un charco
mientras el mar trepaba por el aire
y formaba una cúpula azulada de horizonte a horizonte.
Las nubes se disolvieron como azúcar en el agua 
dejando un dulzón aliento en el viento del atardecer, 
que sobrevivió rayado por el sol 
pero sucumbió ante el abrazo sensual de la noche.
Qué triste sonó a la luz de las farolas
el chapoteo de pisadas sobre el cielo derribado.

11-
El edificio hablaba de desolación y de guerra.
Las ventanas hablaban de vacío, de suciedad,
de golpes en el cristal agrietado.
Los muros estaban tatuados de ajenas protestas:
gritaban lo que la gente no se atrevía a decir.
Y en conjunto, todo hablaba de miseria y del paso del tiempo.
Todo
menos un dibujito en una esquina:
un pato amarillo que había dibujado una niña
hacía más de treinta años.
Ese dibujito hablaba de esperanza, permitía creer en algo.
Aunque la mancha de sangre que había debajo
no permitía creer demasiado.
12-
Intenté agarrar una nube y me caí desde la cornisa.
Con la mala suerte que tuve... ¡Y nunca perdí la sonrisa!

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