Otra lectura: César

El tren iba a toda hostia
y el temblor era como una distorsión
sobre un abismo.
el sol colgaba del cielo
como una nota redonda sobre un pentagrama
indicando que iba a ser una melodía
la mar de monótona.
Sobre el horizonte de postes de luz
aparecían aletas de tiburones
perseguidas por chinos con cucharones de sopa
y la gente se mecía en movimiento
como fideos empapados en cemento.
Un helicóptero como un moscardón
disparó al azar balas sobre el tren
destruyendo en chillidos los cristales
de ventanas y gafas.
Las balas no eran peores que el sol,
que nos metía el dedo en la pupila
rebuscando el dinero que había escondido
tras nuestros ojos. De repente
alguien se tiró a las vías
y frenamos sobre cabezas de focas
apaleadas por ecologistas
que hacían vídeos de propaganda.
Cuando todo se detuvo
vimos que nos habíamos pasado de la raya
y de nuestra estación.
Quisimos retroceder, pero estábamos tan lejos...
Parecía que nos habíamos ido del planeta y que toda nuestra cordura se había quedado en otra...
...línea.

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Ella es encapuchada autista,
Caperucita Roja -de las de Partido Comunista-.
De niña se comió al coco,
de adolescente folló con el lobo feroz
y manda cartas de chicles bazooka
a creativos de marcas de refrescos de coca.
No miente
ni es mantis
-aunque a más de uno le ha comido la cabeza-
y con su regla santa
ha inmaculado más de una manta
(dejando no un rostro
sino más bien un gesto
con el dedo).
Conduce camiones
y vomita condones
buscando, con naturalidad,
mantener el control de la natalidad.
No come animales
ni mastica vegetales,
pero no se alimenta tampoco del aire
sino que come gorilas de pista de baile.


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Dicen que tenía una voz terrible.
Mi madre.
Yo nunca la oí cantar y apenas recuerdo su voz.
Sólo recuerdo su cara muda y su mirada lejana.
Dicen que fue por el accidente,
cuando Bruno murió.
Mi padre pudo sacarla a ella del coche,
pero en aquella chatarra en llamas
mi hermano
ardió vivo.
Chillaba como un demonio
mientras intentaban sacarlo.
Mi madre se tiraba a las llamas
pero no lo pudo salvar.
Aquellos chillidos habitaron nuestros oídos durante años,
tapizaron de pesadillas nuestros cerebros.
Después de eso, mi madre no quiso oír nada más.
Acolchó puertas y ventanas, muebles y paredes.
No quería oír un susurro.
La locura creció en ella: terminó odiando el sonido
de su respiración,
el ladrido
de su corazón.
Dicen que usó una aguja,
la misma para los dos oídos.
Después ya no hubo que acolchar más cosas.
¿Para qué,
si le encontraron un cuarto que era puro cojín?
Fue la última vez que la vi
y fue muy extraño...
Pero a mí me parecía feliz

Comentarios

  1. Cuando leíste el primero la ultima palabra fué página, no linea! pero supongo que leyendolo en una web tiene mas sentido línea, jeje, aunque la verdad tiene mucha mas gracia oírlo leído por ti con tus gestos xD

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